
Has muerto tantas veces; nos hemos
despedido en cada muelle,
en cada andén de los desgarramientos,
amor mío, y regresas
con otra faz de flor recién abierta
que no te reconozco hasta que palpo
dentro de mí la antigua cicatriz
en la que deletreo arduamente tu nombre.
RETORNO, Rosario Castellanos.
Escrita hace diez años, Zona templada, es parte de un díptico (junto con: Las bodas) relacionado estilística, genérica y temáticamente con una de las primeras obras de su autora: Los frutos caídos. En las tres, aunque de distinta manera, la imposibilidad de la realización del amor tiene un papel preponderante. Pero no el amor imposible, víctima de rencores, clases sociales, orgullo, etc., a la manera melodramática, sino la imposibilidad de realización del ideal del amor que, como el más pétreo y antiguo mito personal, llevamos cada quién grabado sobre la conciencia.
La plenitud del amor se ve imposibilitada porque cada ser humano concibe una idea de lo que espera de él y la experiencia amorosa suele ser el juego de dos seres luchando porque el otro, el recipiente de sus fantasías, juegue con él, el quimérico juego de materialización de sus expectativas. La presencia de cada pareja en la vida tiende a hacer fracasar nuestro ideal, porque cada una de ellas representa, a la vez, el ser real al que nunca se ama plenamente y la posibilidad del encuentro con el ser esencial, aquél que construimos en cada instante de ensoñación, cuyo encuentro promete traer la felicidad absoluta, la que creemos concretar en el preciso instante en que fantasía y realidad hacen intersección, proveyéndonos de esa foto fija en que terminan por convertirse nuestros instantes de dicha. Pero la vida continúa y nuestro ideal, al rozarse con la realidad, se desvanece; el presente, entonces, se reduce a un álbum de recuerdos gastados, de todo aquello que el otro prometía ser, cuando aun creíamos que era el amor único, definitivo.
El mandamiento, Amarás a Dios sobre todas las cosas, puede leerse como Amarás la Realidad sobre todas las cosas. Es porque se privilegia la fantasía sobre la realidad, que surge la sensación de que el verdadero amor no puede ser alcanzado. Por consecuencia el otro nos cansa, nos desilusiona y desengaña. Y una vez desengañados, cerramos la puerta a cada relación desfalleciente, para buscar desesperadamente abrirla a otra nueva, que comienza, como siempre, con la misma promesa de que el nuevo que llega, será, ¡al fin!, aquél, a quien se ha esperado toda la vida. O bien, se huye por medio del encadenamiento eterno a una relación porque ya se le conoce, porque me ha dado mucho tiempo, porque siempre hay algo que aguantar, porque todos son iguales, porque esto es lo que escogí, porque no puede haber otro, porque un juramento es sagrado ...
Sólo que la desilusión por el antes amado y la urgencia por el inicio de una nueva relación, nos impiden reconocer la oportunidad inaceptable de que, una vez rotas nuestras invaluables fantasías, y rasgada la pantalla multicolor de las expectativas que manteníamos sobre el elegido, podamos relacionarnos verdaderamente con un ser humano, que si bien nunca es lo que esperamos, nos brinda una oportunidad palpable de relación y aceptación de la realidad: la que es contraria a toda ilusión romántica, la que queda después de marchitarse la ilusión, la que no es sino lo que es, que sencillamente existe, que no es inventada, ni extraordinaria, ni maravillosa: la relación con un desconocido al que aun podemos descubrir.
Así es Genaro, el hombre elegido para amar, que sin embargo aporta una insatisfacción tremenda, porque la misma elección de los amantes está ya determinándolo todo: su condición de parientes y su conciencia moral; se aman, pero no terminan de atreverse a amar; se tocan y deseando la asunción total, no pueden asumirse, y no porque sea imposible, sino porque creen que las convenciones sociales los separan, que la idea de pareja los separa, que sus fantasías los separan, sin terminar de concebir toda la experiencia vital que los une.
Etienne, por su parte es el sueño... una fantasía: imposible por su lejanía geográfica; irrealizable por su carácter; y sobre todo, absolutamente ideal, pues abre el horizonte al cielo sin fin de la sensación y las emociones de intensidad ilimitada, que protegen del toque gris, mediocre del afán cotidiano. Etienne encarna el deseo que, esporádicamente, se permite concretarse, para desaparecer alarmado, en el momento preciso, antes de la palabra o el sentimiento definitivo, del que no hay marcha atrás. María Salomé renunciará constantemente a Etienne para que el ideal que él representa pueda vivir a salvo del mismo Etienne. Para que él, con su humanidad, no dañe y no corrompa la esperanza construida sobre su persona.
Luisa Josefina Hernández nuevamente hace alarde de su concepción vital y profunda; de su maestría técnica; de su apasionada relación con la existencia; de su visión detallada y exquisita, en esta obra de profundo dolor, ese que invariablemente es construido por cada uno de los que hemos amado, y que tiene razones de ser oscuras, por inconscientes. Amar no es lo mejor que hacemos, pues los motivos del amor individuales son un misterio, como lo son tantos otros asuntos que nuestra posición dentro de la Realidad nos hace percibir así, pues ... el misterio del amor, es más grande que el misterio de la muerte.
FERNANDO MARTÍNEZ MONROY
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